Y llegó otro fin de década. No es como otro aniversario
cuando se redondea una cifra como los cuarenta. Es un momento en que uno
evalúa, -y los demás asienten-, el cómo se llegó a esta edad. En lo personal,
llego hecho mierda. El universo nos otorga una porción de materia, -nuestro
cuerpo-, y le insufla un suspiro de energía. Desde allí, está en uno el cómo
usamos ese avatar en la vida. Y es esta edad en la que tenemos que dejar de
quejarnos, de achacar nuestro fracaso a cuestiones hereditarias, atávicas o
ambientales, mamá, papá, o la suerte. La suerte no existe si no se sale a
buscarla, y mi condición de claustrofílico me puso en suspenso frente al paso del
tiempo, me abstuvo de actuar. La mía es una neurosis de lo más berreta,
disfrazada de agudeza intelectual. Un
síntoma que se hace ubicuo, y que ahoga cualquier atisbo de proyecto, cualquier
comienzo, que queda abortado en tripas por una autopsia precoz, por una sangría
autoinflingida. La voluntad es materia prima desconocida para mí, un don como
la fe, que se tiene o no se tiene, y no puedo entender a los que siempre están
enfocados en algo, movidos por la premura de los plazos, o entusiasmados en
proyectos. Siento que envidio la ceguera de los que todavía tienen ganas de
viajar, trabajar o enamorarse. Puedo servir de consuelo al que vuelve derrotado
de esas empresas, al que quiera mirarse
en las aguas calmas de mi desesperanza, al que quiera refrescarse en la sombra
de mi sosegada tristeza, pero no puedo abrazarlos en el furor, en la alegría o
en el entusiasmo. Tampoco puedo explicarles qué es estar en el pozo que estuve
cavando estos últimos 20 años. Mi historia se escribe por omisión, mi presencia
se hace palpable cuando no estoy allí. Envejezco en un cuerpo que acumula grasa
en su resignado sedentarismo, pero mi escepticismo es siempre joven, siempre
ágil. Se me dio el don de cincelar con el juicio las asperezas de los demás, de
rellenar sus vacíos, de escucharlos, pero no puedo darles soluciones, porque no
puedo solucionar nada en mí. El desaliento es un paisaje familiar ('the endless plain of misfortune'), y desde esta planicie puedo ver boludos que cabalgan de acá para allá. Yo soy el paisano que fuma, mira el cielo, y piensa 'para qué ensillar si parece que va a llover'.
1 comment:
Me identifico muchísimo por lo que escribiste. Yo sigo con los blog, con otros repositorios que ya lo arrojaron al basurero. Veo que vos no...y si! desde el 2006 seguir en lo mismo, no es estar "en la pomada". En mi caso creo que muy pocas veces estoy en la "pomada" y las que pertenezco es por cobardía, ansiedad o porque me entretiene.
Te mando un saludo y un gusto leerte, aunque ya habrás viajado 20.000 km lejos del blog.
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